M.C.
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El encierro provoca eso.Provoca que expulsemos el mar desde la garganta, que se nos enfrien y quiebren los dedos al acelerarse las pulsaciones, provoca que hablemos siempre de las mismas cosas, que nos atornillen la cabeza contra el suelo y nos saquen para volver a aturdirnos, que escupamos miles de leones y problemas de una sola vez y ahogarnos en un grito que no nos animamos a extirpar para otra vez hundirnos en ese pequeño sillón donde no entra más nadie, ni siquiera tu conciencia que ahora explota desde los ojos y desde el café que espera en la mesa, se enfría, no le gusta tomar café a solas, no le gusta planchar los cuellos de las camisas, dice; provoca que queramos correr y saltar dentro de este frasco de vidrio sin esperanzas de quebrarlo desde adentro pero sabiendo que podremos llenarlo todo de aullidos y de toda la oscuridad que llevamos adentro, hasta empañarlo de aturdidas palabras sin sentido, desordenadas y confusas; provoca que nos sumergamos en el trote de caballos, que todos los sentidos se escapen al cerrar los ojos y seguir gritando y escupiendo dolores de panza, de cabeza, de espalda de piedras, de no entender nada de lo que está sucediendo. Allá gritan, y qué nos importa.
M.C.
Y de repente, y sin dar explicaciones,
los murciélagos destiñen el cielo
que ya no flota sobre nosotros,
tendido como las prendas
que cuelgan de la soga del balcón
hace dos semanas
esperando ser descolgadas
como la cabeza que escribe tan deprisa
estas torpes palabras bruscas y toscas,
reventadas contra la tierra seca de esa planta
que envidia a los pájaros y a los enamorados
de ojos vidriosos y besos sin carne ni huesos.
M.C.
Objetos Perdidos
Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco.
Julio Cortázar.
Y ahora todo es nada, la nada es un todo, de nuevo, que larga humo sin parar ni un segundo de asfixiarme y llevarme a donde no quiero ir. Nada pareciera poder hacerse al respecto. Las miradas esquivas de la calle superan y se superponen a los pasos apresurados que manchan el horizonte, tan lejano y tan ausente desde acá; y lo cubren, hasta desaparecer por completo. Es entonces cuando se frunce el ceño y se atrapa, sin dejar escapar el aire, puño cerrado, y se oprime cada uno de los días que faltan contar hasta salir expulsados de golpe dejando atrás la inmensidad de cada uno de nosotros, pero en escalas muy pequeñas a la vez. Se quiebra el cristal, se rompe lo incierto del alma, se rasga la piel que cubre todas esas manchas, todo ese adentro, todo ese negro y oscuridad; se aleja y suena el teléfono, justo antes de descubrir lo que había del otro lado de la ventana.
M.C.
Como si se cayera el suelo que nos sostiene de pies a cabeza (a veces) y sólo quedaran espejismos de dudas, de dolor, de llanto eterno, de caricias, como un reflejo de mar anochecido sin luna que ilumine sus ojos, tan vagos, tan profundos, tan lejos; o como un re menor que se mantiene en el aire apropiándose de todo lo que alguna vez nos hizo sentir bien, pájaros. Ahora todo cae, ahora todo otra vez, ahora todo precipicio. Y vuelven ellos, de noche, siempre de noche, aprisionados, llenos de frío y piano, recuerdan, vuelan y vuelven a ser atrapados y otorgados al mar que tanto extraño, recorriendo cuerpo y alma escalofriantemente cerca. Se desatan rompiéndolo todo, aceleradísimos, incitando a cual veneno se encuentre cerca a recorrerte las venas, sin que te des cuenta por supuesto, arrancando toda gana de ser uno, dos, tres, cuatro estrellas, solamente cuatro estrellas se ven desde aquí abajo, formando pares de ojos que quisiera que nunca se llevase el sol ni el día. Secretos de la noche que permanecen bajo cáscaras y cáscaras que, al parecer, nunca caerán.
M.C.
Todavía llueve. Se me seca el pelo, la ropa empapada. Sin embargo, ellos todavía están afuera, vuelan. Lo más lindo es que vuelan. Y cantan. Se va. Se va el día y ellos allá afuera. Y de pronto, todo se transforma, todo es aire nuevo que entra y sale agazapado de entre las cortinas de la noche y las estrellas. Preguntan dónde vamos, por qué me atraganta éste paisaje, por qué me sofoca la noche, tan noche y tan sola. La inmundicia de lo silencioso sin ser silencio ni inmundo; hace que quiera seguir despierta, no quiero que me vean dormir tu recuerdo ni tu imagen tan lejos, que se va para siempre, como arrebatándolo todo en este frío sin primavera ni luna, siquiera.
M. C.
"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto."
Fragmento del capítulo 93 de Rayuela de Julio Cortázar.
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