El encierro provoca eso.Provoca que expulsemos el mar desde la garganta, que se nos enfrien y quiebren los dedos al acelerarse las pulsaciones, provoca que hablemos siempre de las mismas cosas, que nos atornillen la cabeza contra el suelo y nos saquen para volver a aturdirnos, que escupamos miles de leones y problemas de una sola vez y ahogarnos en un grito que no nos animamos a extirpar para otra vez hundirnos en ese pequeño sillón donde no entra más nadie, ni siquiera tu conciencia que ahora explota desde los ojos y desde el café que espera en la mesa, se enfría, no le gusta tomar café a solas, no le gusta planchar los cuellos de las camisas, dice; provoca que queramos correr y saltar dentro de este frasco de vidrio sin esperanzas de quebrarlo desde adentro pero sabiendo que podremos llenarlo todo de aullidos y de toda la oscuridad que llevamos adentro, hasta empañarlo de aturdidas palabras sin sentido, desordenadas y confusas; provoca que nos sumergamos en el trote de caballos, que todos los sentidos se escapen al cerrar los ojos y seguir gritando y escupiendo dolores de panza, de cabeza, de espalda de piedras, de no entender nada de lo que está sucediendo. Allá gritan, y qué nos importa.

M.C.

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