Se imaginó libro.
Su piel de cuero y sus piernas de papel, por fin delgadas. Sin embargo, se sentía pesada. Todo el tiempo. Caminaba arrastrándose, llevando con ella a cuestas un mar de palabras que se mezclaban con cada sacudida de su cuerpo. Lo que antes decían ya había cambiado. Las íes habían suplantado a las erres, y donde había un punto ahora sólo existía el vacío. Era un caos. Debía quedarse quieta, de lo contrario las palabras se seguirían entremezclando, cada vez más, hasta volverse tan absurdas que desaparecerían. Se sentó por fin debajo de un árbol. Se abrió y comenzó a leer. A leerse.


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