Y ahora todo es nada, la nada es un todo, de nuevo, que larga humo sin parar ni un segundo de asfixiarme y llevarme a donde no quiero ir. Nada pareciera poder hacerse al respecto. Las miradas esquivas de la calle superan y se superponen a los pasos apresurados que manchan el horizonte, tan lejano y tan ausente desde acá; y lo cubren, hasta desaparecer por completo. Es entonces cuando se frunce el ceño y se atrapa, sin dejar escapar el aire, puño cerrado, y se oprime cada uno de los días que faltan contar hasta salir expulsados de golpe dejando atrás la inmensidad de cada uno de nosotros, pero en escalas muy pequeñas a la vez. Se quiebra el cristal, se rompe lo incierto del alma, se rasga la piel que cubre todas esas manchas, todo ese adentro, todo ese negro y oscuridad; se aleja y suena el teléfono, justo antes de descubrir lo que había del otro lado de la ventana.

M.C.

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